miércoles, 15 de junio de 2011

Reflexión 7. La era post-método

A lo largo del curso he aprendido y refrescado muchísimas cosas.

Creo que una de las más interesantes ha sido la de poder comparar diferentes metodologías y cómo se aplican las mismas en los distintos manuales que normalmente se usan en el aula de ELE. De este modo, he podido ser consciente, una vez más, de la importancia que tiene elegir un buen manual pero también saber utilizarlo, siguiendo, por ejemplo, determinados parámetros. Así, por ejemplo, un libro como Aula, que responde al enfoque por tareas, será únicamente efectivo si se planifica la clase de manera que se lleven a cabo tales tareas.

Por otro lado, como he comentado en otras reflexiones, creo que ha sido muy interesante prestar atención a la planificación de cada sesión. A veces, por falta de tiempo, nos olvidamos de que este trabajo conlleva un alto porcentaje del éxito que luego obtengamos en el aula. Debemos tener siempre en cuenta a nuestros alumnos, sus intereses y necesidades, y planificar la sesión de acuerdo a los mismos.

Realizar cursos como éste, permite al profesor actualizar continuamente tanto su formación como su trabajo, impidiendo la caída en la rutina que, por desgracia, es uno de los vicios más arraigados en esta profesión (recuerdo, por ejemplo, los apuntes amarillentos y medio destruidos que profesores de la facultad empleaban en sus clases, o bromas que se repetían año tras año).

Reflexionar, por tanto, sobre nuestro trabajo, evaluándolo constantemente para mejorar y cambiar lo que sea oportuno, creo que es, sin duda, una de las riquezas que ha ofrecido este curso, que me ha incitado a refrescar lecturas, meditar sobre mi actuación como profesora de ELE y, por otro lado, gracias al uso de la wiki y del blog me ha abierto nuevos horizontes y proporcionado herramientas para explotar en mis propias clases.

La interactuación con los compañeros, aunque a veces haya sido limitada, ha sido muy enriquecedora, así como los comentarios de la profesora, Cristina, a lo largo de todo el curso.

Reflexión 6. Gestión del aula

Creo que en el vídeo se muestra un buen ejemplo de cómo coordinar una clase. Para empezar, y relacionado con lo que hemos aprendido en esta unidad, me parecen óptimas las decisiones que se han tomado en cada momento a la hora de organizar las agrupaciones. Según lo que vemos en el plan de clase, se permite al alumno que, en primer lugar, se tome su tiempo para pensar y organizar su discurso para después practicar la expresión oral mediante la interacción con los compañeros.

Después, como se ve en el vídeo, la tarea que han de llevar a cabo los alumnos se presenta (pre-tarea) con el fin de facilitar su realización. Al tratarse de una actividad que se basa en un juego bastante famoso, el tiempo para dedicar a este punto se optimiza, puesto que la mayoría de los alumnos saben qué han de hacer. Por otro lado, se promueve la interacción y el trabajo en grupo.

Me han parecido muy interesantes y acertadas, además, las preguntas que la profesora realiza tras la tarea. Así, ha facilitado la reflexión de los alumnos sobre su propio aprendizaje y uso de la lengua, además ha llamado la atención de los mismos sobre algo importante cuando aprendemos un nuevo idioma, como son los "falsos amigos" existentes entre nuestra lengua materna y la L2.

Todas las actividades que se proponen en el plan de clase me han parecido idóneas para una última o penúltima sesión, puesto que van dirigidas a promover la reflexión sobre el propio aprendizaje del alumno, con el fin de que pueda, posteriormente, continuar haciéndolo a lo largo del mismo, algo que, como hemos visto, fomentan tanto el MCER y el PCIC.

Además, está claro que la profesora pretende también valorar su propio trabajo a través de las opiniones de los alumnos en su diario del curso, lo que muestra cómo se puede evaluar para mejorar lo que sea oportuno.

Creo entonces que, en esta breve descripción y visionado de la clase, hemos podido comprobar cómo, si se realiza una buena programación y planificación, se puede mejorar significativamente el proceso de aprendizaje de nuestros alumnos que es lo que más nos interesa a nosotros como profesores.

domingo, 12 de junio de 2011

Reflexión 4. Planificación del proceso II

Creo que lo más importante que he aprendido en esta unidad ha sido, por un lado, establecer la diferencia existente entre los distintos tipos de tareas y poder reflexionar sobre el uso más adecuado de las mismas a la hora de planificar las clases, de manera que el aprendizaje sea significativo y eficaz, a la vez que variado.

Por otro lado, pienso que otro punto muy interesante ha sido la reflexión sobre la dificultad que puede conllevar la tarea, pues muchas veces no somos conscientes de esto. Así, es importante que el profesor se "meta en la piel" de los alumnos e intente realizar él mismo la tarea que después llevará al aula, con el fin de valorar la dificultad que la misma conlleva.

Igualmente, es muy importante reflexionar hasta qué punto las tareas que nos presenta un manual o que nosotros mismos elegimos pueden funcionar con el grupo con el que trabajaremos y, en caso contrario, modificarlas y adaptarlas al mismo.

Debemos ser realistas. Por desgracia, no siempre es posible crear tareas y actividades específicas para cada uno de los grupos con los que trabajamos. Esto implica, como hemos comprobado en la creación de la unidad didáctica, muchísimo esfuerzo y trabajo extra. Y aunque buenas sean nuestras intenciones, quizá el resultado, por falta muchas veces de tiempo, no sería el adecuado. Lo que sí que debemos tener en cuenta es que podemos modificar, y debemos, todo el material del que ya disponemos para responder a las necesidades e intereses de nuestros estudiantes, pues no siempre una actividad o tarea estará indicada para ellos tal y como nos aparece presentada en el manual o publicación.

viernes, 3 de junio de 2011

Reflexión 5. Planificación del proceso III

En los dos centros donde trabajo exigen que al final del curso se realice una prueba, de carácter sumativo, para evaluar el nivel adquirido por los alumnos.

En la Universidad los exámenes se reparten entre todos los compañeros y en muchas ocasiones no corriges las pruebas realizadas por los propios alumnos. A pesar de eso, durante el año llevo a cabo algunas pruebas parecidas a las que se encontrarán los estudiantes en el examen final. Así, por un lado, puedo valorar qué contenidos han logrado asimilar y cuáles no, y, por otro lado, ellos mismos toman conciencia de qué han de repasar en vistas al examen. Además, esto les ayuda a la hora de enfrentarse a la tipología de actividades que se les pide en el examen, que difieren generalmente con las que yo trabajo en clase.

Siendo sincera, he de admitir que me gusta muy poco el tipo de evaluación que se lleva a cabo, puesto que se trata de una prueba de gramática y de traducción, sin más, en la que no se evalúan realmente las competencias del alumno en el idioma estudiado. Pero esto es lo que pide la Universidad y, al final, a los alumnos lo que les interesa es pasar tal prueba. Por este motivo, aunque no me gustan nada, las realizo a lo largo del curso. De todos modos, a partir de los resultados puedo ver cuál está siendo el proceso de aprendizaje de los estudiantes y qué contenidos habría que revisionar.

En el Instituto Cervantes, en cambio, al final de cada curso se lleva a cabo una prueba, también ésta de carácter sumativo, en la que se valora cada una de las destrezas de la lengua. Se trata de una mera formalidad y, en realidad, en el centro se propicia la evaluación continua del alumno para evaluar el proceso de aprendizaje a lo largo de todo el curso. En este sentido, me ha parecido muy interesante la posibilidad de plantear a los alumnos la creación de su propio portafolio (por ejemplo a través de la creación de un blog, como en los ejemplos que hemos visto a lo largo de la unidad). Así, tanto el profesor actual como uno futuro, incluso el mismo alumno, podrá valorar todo el proceso de aprendizaje y reflexionar sobre las medidas que se puedan tomar para mejorar los aspectos que sean necesarios.

En cuanto a la evaluación de mi propia práctica docente creo que integraré los descriptores propuestos en el PEFPI para evaluar mi trabajo en el aula e intentaré ser más sistemática a la hora de llevar a cabo mi reflexión en el diario de clase (generalmente a principio de curso consigo hacerlo de manera más metódica, pero a finales de año, todo se ha quedado "en buenos propósitos".

jueves, 26 de mayo de 2011

Reflexión 3. Planificación del proceso II

Creo que, para mí, lo más interesante de esta unidad ha sido recordar la importancia que tiene la planificación, no ya de un curso, sino de cada una de las clases. Podría ir más allá, la planificación de cada una de las tareas que deberán realizar mis alumnos.

Ha sido muy importante recordar que, mientras planifico la clase y estoy pensando en las actividades que he de llevar a cabo, no he de perder de vista al grupo con el que voy a trabajar. Así, me parece importantísimo tener en cuenta los intereses y necesidades de mis alumnos en este proceso.

Generalmente, intento no olvidar esto a la hora de preparar mis clases, proponiendo actividades que, creo, podrán ser de interés o adaptando las que aparecen en el manual que se usa en la clase.

En cualquier caso, creo que una de las cosas más interesantes de la unidad ha sido el hecho de que me ha llevado a prestar más atención no ya sólo a la reflexión previa de los contenidos y objetivos que se deben alcanzar cuando se realiza una tarea, sino a la suma importancia que tiene prever los conocimientos que ya posee el alumno y que seguramente deberá reciclar o reforzar en la tarea que realiza. En ocasiones nos centramos tanto en aquello que se debe presentar y en trabajar con los nuevos contenidos, que se nos olvida que igual de importante es el trabajo que hay que realizar para reforzar los contenidos ya presentados anteriormente a la par que se trabajan los nuevos.

Creo que esto, sin duda, ha sido uno de los mayores aportes que he encontrado a lo largo de la unidad y a partir de ahora intentaré prestar más atención a la hora de planificar las clases.

lunes, 16 de mayo de 2011

El MCER y las tareas en mi contexto de trabajo

El MCER ocupa un lugar muy importante, así como el PCIC, en mi lugar de trabajo, un Instituto Cervantes.

Los cursos que se imparten en el centro responden a la clasificación establecida para los distintos niveles del MCER. El currículo de centro tiene en cuenta tanto los descriptores que aparecen a lo largo de cada uno de los puntos del Marco como la serie de inventarios que aporta el PCIC y que pueden ayudar a determinar los distintos contenidos más apropiados para cada nivel. Igualmente, tener presente las competencias que un usuario de la lengua debe poseer para cada uno de los niveles, permite realizar una evaluación más apropiada del proceso de aprendizaje y del nivel de lengua de los alumnos.

Asimismo, en un mes como el actual, en el que se realizan los exámenes de DELE, los distintos descriptores del MCER para cada nivel se convierten, prácticamente, en la Biblia de todos los que trabajamos en el centro, puesto que debemos tenerlos bien presentes (y bien claros) a la hora de evaluar, en nuestro caso, la expresión oral de los candidatos.

Por otro lado, en mi centro también se fomenta la enseñanza mediante tareas, facilitando la actualización de los profesores sobre esta nueva metodología a través de distintos cursos y también mediante la elección de los manuales de uso en el aula. Así, por ejemplo, en los últimos años se ha establecido como libro para la clase Aula internacional 1, 2, 3 y 4, tras haber empleado durante bastante tiempo el manual Gente, basado en el método comunicativo.

En un principio, quizá sobre todo por el esfuerzo que supone adaptarse a un nuevo manual, muchos de mis compañeros se mostraron reticentes, pero ahora la verdad es que todos estamos muy contentos y satisfechos con los nuevos materiales.

En esta unidad he podido repasar conceptos que ya había visto a lo largo de mis estudios de Máster y en mi trabajo diario. Asimismo, he podido reflexionar, nuevamente, sobre la metodología que empleo en el aula y la importancia de establecer una serie de tareas que realizar en la clase, y que deberían responder a las necesidades e intereses de los alumnos, así como los objetivos y contenidos que hay que alcanzar para llevarlas a cabo.

sábado, 14 de mayo de 2011

MI PUNTO DE PARTIDA

En el año 2000 comencé la carrera de Filología Hispánica con la firme decisión de convertirme en profesora de lengua y literatura en secundaria. Al terminar la carrera hice el curso de CAP y me inscribí en una academia para preparar las oposiciones. No veía la hora de cumplir mi sueño: ser profesora.

Por desgracia (o por suerte, si miro hacia atrás desde la actualidad), tanto las prácticas en mi antiguo instituto como el ambiente que se respiraba en la academia me hicieron reflexionar sobre mi decisión.

Durante las prácticas me llevé una gran decepción: no veía a ninguno de los entonces actuales alumnos del instituto aprendiéndose la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández con 15 años, como había hecho yo en su día, embelesada por aquellas maravillosas palabras. A aquellos jóvenes y a mí nos separaban casi 10 años de distancia, que a mí me parecían miles de años luz. Me preguntaba cómo se podía cambiar tanto de una generación a otra.

Por otro lado, en la academia me di cuenta de que la competición, concebida en su lado negativo, no estaba hecha para mí. Siempre me ha gustado estudiar, intentar hacer bien lo que me propongo y por qué no, reconozco que tengo ese punto de “envidia sana” por el que me comparo con determinadas personas que considero un buen modelo a seguir para lograr ser como ellas. Sin embargo, de ahí a tener que demostrar que soy la mejor y que lo sé todo hay para mí un abismo. Por esto, aunque al final me presenté para saber cómo eran unas “opos” (pasé incluso el examen escrito, cinco años de carrera no son en balde), decidí replantearme lo que quería de y en mi vida. Y por este motivo terminé siendo lo que ahora soy: profesora de ELE.
Decidí que me gustaría llevar a cabo una experiencia en el extranjero (puesto que me pesaba no haber hecho el Erasmus). Así que en 2005 me dediqué a pedir todas las becas habidas y por haber a las que podía acceder: Ayudante Comenius y Auxiliares de conversación.

En 2006 llegué a Milán como auxiliar del MEC en un instituto de formación profesional. He de reconocer que la experiencia no fue superpositiva. Las profesoras con las que trabajaba no estaban demasiado preparadas (algo que caracteriza la enseñanza de idiomas en Italia, donde “reciclan” a personas que han trabajado toda su vida como profesores de inglés, por ejemplo, para que cubran la demanda creciente de profesores de español); los alumnos no tenían ningunas ganas de aprender el idioma, pues en la mayoría de los casos lo habían escogido simplemente porque les parecía más fácil que otros como el francés o el alemán. Además, debo ser realista, yo no tenía ni idea de cómo se daba una clase de ELE: ni me había formado explícitamente para ello ni tenía experiencia alguna.

En noviembre de 2006 empecé a colaborar en el Instituto Cervantes de Milán. En italiano se llama a lo que me sucedió “botta di culo”, es decir que tuve mucha “coña”. Estaba en el momento y en el lugar adecuados. Aquí cambió todo: a través de distintos cursos comencé a prepararme, además de poder trabajar con gente que sí quería aprender. Y me di cuenta de que me encantaba mi trabajo.

Nunca me había planteado enseñar español a extranjeros y, sin embargo, descubrí una salida profesional que me fascinaba. En octubre de 2008 me inscribí en un máster on-line de Enseñanza de ELE en la Universidad de Jaén, que terminé hace poco.

Si me pongo a pensar en cómo eran mis clases y cómo son ahora, estoy muy contenta de poder decir que he mejorado mucho (¡menos mal!)... y lo que me queda aún.
Lo único que sabía, la primera vez que me enfrenté a una clase de ELE, era cómo no quería que fuera ésta. Yo no iba a enseñar español como me habían enseñado inglés, pues después de 9 años de estudio recuerdo que la primera vez que fue a Inglaterra no sabía pronunciar ni una palabra. Pensé, en cambio, en mis clases de inglés en la escuela de Oxford y en cómo había aprendido italiano en la EOI. Eran clases comunicativas, eso lo descubriría más tarde, pero pensé que ése era el método que podía funcionar y que yo quería seguir. Durante esas clases recuerdo que me encantaba escuchar canciones, simular situaciones con mis compañeros o hacer juegos. Odiaba, en cambio, la manera en que me habían intentado enseñar inglés en el instituto: leyendo –con una pronunciación horrible, por el miedo a las risas de los compañeros si se simulaba el acento– y haciendo ejercicios de gramática sin parar y sin reflexionar lo más mínimo sobre lo que hacía. Así que tomé como ejemplo, simplemente por intuición, aquello que yo consideré más adecuado, descubriendo, poco después, que no me equivocaba.

Creo que uno de mis puntos fuertes como profesora es lo autocrítica que puedo llegar a ser conmigo misma. Soy muy perfeccionista y me gusta hacer las cosas bien. Siempre intento preparar detenidamente mis clases. Aunque haga improvisación teatral jamás he improvisado una lección (algunos compañeros se han reído alguna vez de mí por estar preparándome una clase de A1 dos horas antes del comienzo de la misma, pero como yo digo, “Quien ríe el último, ríe mejor”). Si algo falla le doy mil vueltas a la cabeza para mejorarlo o no incurrir en el mismo error la vez siguiente. Evidentemente soy consciente de que hay actividades que con unos grupos funcionan y con otros no, pero de todos modos intento reflexionar sobre qué ha podido ir mal.
Otro punto fuerte es que normalmente logro crear un buen ambiente en el aula. Soy bastante bromista, siempre con quien me lo puedo permitir. Generalmente mis alumnos llegan al curso después de un duro día de trabajo y quieren aprender español pero también hacerlo divirtiéndose. Uno de los mejores piropos que he recibido es que la clase de español es lo mejor del día o el momento de relax. No porque estén de brazos cruzados, sino porque generalmente las risas no faltan mientras se aprende. Y reconozco que me pasa exactamente lo mismo, incluso en los días malos, después de clase siempre me invade una sensación de alegría.

¿Puntos débiles? ¡¡Uff!! Muchísimos. Por suerte creo que siempre aprendo algo nuevo y nunca dejaré de hacerlo.
Quizá lo que más me preocupa es que en ocasiones no sé muy bien cómo calcular el tiempo que debo emplear para una determinada tarea y, a veces, creo que he invertido demasiado, con lo cual no ha sido rentable la realización de la misma.
Por otro lado, a veces pienso que soy demasiado condescendiente... suelo ser muy bondadosa a la hora de poner las notas. Aunque quizá esto se deba al hecho de que también soy muy exigente. Soy una fiel admiradora de la evaluación continua (me parece imprescindible en cualquier materia, pero sobre todo en el aprendizaje de idiomas) y soy consciente de que exijo mucho a lo largo de un curso, así que tengo en cuenta ese trabajo. En realidad no lo veo como un defecto importantísimo, pero a veces tengo miedo de no ser objetiva por haberme “encariñado” con quienes he de evaluar. En cualquier caso, la única queja de mis alumnos es la cantidad de deberes que les mando. Pero cuando se quejan, respondo sarcásticamente: “No querías sopa, pues toma dos cazos”. Al final siempre hacen incluso más de lo que pido, así que imagino que tan estricta no seré.

Mis alumnos responden, principalmente, a dos perfiles: los que aprenden en la Universidad y los que lo hacen en el Instituto Cervantes. Los primeros suelen tener entre 19 y 21 años y estudian español, en general, porque creen que les ofrecerá más oportunidades a la hora de encontrar trabajo. En general, tanto mis superiores como mis alumnos esperan que los prepare bien para pasar el examen final. Se espera que dé una buena formación, lo que a veces es una paradoja, puesto que después me encuentro con 60 alumnos principiantes en una clase de conversación de hora y media a la semana. Mis alumnos del Cervantes pueden ir desde los 16 hasta los 90 años (no los he tenido ni más jóvenes ni más mayores de esa edad). Estudian español por distintas razones, generalmente profesionales y personales. Suelen estar muy motivados y quieren aprender bien español, casi siempre, eso sí, como decía antes, divirtiéndose. Tanto ellos como mis superiores esperan de mí que sea una buena profesional. Los últimos, además, esperan que afiance a los alumnos, que se vuelvan a inscribir en el curso siguiente. Muchas veces lo hacen, con una condición, que yo sea de nuevo su profesora, pero creo que esto es algo bastante normal, independientemente, claro, de que siempre te haga feliz oírlo.