sábado, 14 de mayo de 2011

MI PUNTO DE PARTIDA

En el año 2000 comencé la carrera de Filología Hispánica con la firme decisión de convertirme en profesora de lengua y literatura en secundaria. Al terminar la carrera hice el curso de CAP y me inscribí en una academia para preparar las oposiciones. No veía la hora de cumplir mi sueño: ser profesora.

Por desgracia (o por suerte, si miro hacia atrás desde la actualidad), tanto las prácticas en mi antiguo instituto como el ambiente que se respiraba en la academia me hicieron reflexionar sobre mi decisión.

Durante las prácticas me llevé una gran decepción: no veía a ninguno de los entonces actuales alumnos del instituto aprendiéndose la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández con 15 años, como había hecho yo en su día, embelesada por aquellas maravillosas palabras. A aquellos jóvenes y a mí nos separaban casi 10 años de distancia, que a mí me parecían miles de años luz. Me preguntaba cómo se podía cambiar tanto de una generación a otra.

Por otro lado, en la academia me di cuenta de que la competición, concebida en su lado negativo, no estaba hecha para mí. Siempre me ha gustado estudiar, intentar hacer bien lo que me propongo y por qué no, reconozco que tengo ese punto de “envidia sana” por el que me comparo con determinadas personas que considero un buen modelo a seguir para lograr ser como ellas. Sin embargo, de ahí a tener que demostrar que soy la mejor y que lo sé todo hay para mí un abismo. Por esto, aunque al final me presenté para saber cómo eran unas “opos” (pasé incluso el examen escrito, cinco años de carrera no son en balde), decidí replantearme lo que quería de y en mi vida. Y por este motivo terminé siendo lo que ahora soy: profesora de ELE.
Decidí que me gustaría llevar a cabo una experiencia en el extranjero (puesto que me pesaba no haber hecho el Erasmus). Así que en 2005 me dediqué a pedir todas las becas habidas y por haber a las que podía acceder: Ayudante Comenius y Auxiliares de conversación.

En 2006 llegué a Milán como auxiliar del MEC en un instituto de formación profesional. He de reconocer que la experiencia no fue superpositiva. Las profesoras con las que trabajaba no estaban demasiado preparadas (algo que caracteriza la enseñanza de idiomas en Italia, donde “reciclan” a personas que han trabajado toda su vida como profesores de inglés, por ejemplo, para que cubran la demanda creciente de profesores de español); los alumnos no tenían ningunas ganas de aprender el idioma, pues en la mayoría de los casos lo habían escogido simplemente porque les parecía más fácil que otros como el francés o el alemán. Además, debo ser realista, yo no tenía ni idea de cómo se daba una clase de ELE: ni me había formado explícitamente para ello ni tenía experiencia alguna.

En noviembre de 2006 empecé a colaborar en el Instituto Cervantes de Milán. En italiano se llama a lo que me sucedió “botta di culo”, es decir que tuve mucha “coña”. Estaba en el momento y en el lugar adecuados. Aquí cambió todo: a través de distintos cursos comencé a prepararme, además de poder trabajar con gente que sí quería aprender. Y me di cuenta de que me encantaba mi trabajo.

Nunca me había planteado enseñar español a extranjeros y, sin embargo, descubrí una salida profesional que me fascinaba. En octubre de 2008 me inscribí en un máster on-line de Enseñanza de ELE en la Universidad de Jaén, que terminé hace poco.

Si me pongo a pensar en cómo eran mis clases y cómo son ahora, estoy muy contenta de poder decir que he mejorado mucho (¡menos mal!)... y lo que me queda aún.
Lo único que sabía, la primera vez que me enfrenté a una clase de ELE, era cómo no quería que fuera ésta. Yo no iba a enseñar español como me habían enseñado inglés, pues después de 9 años de estudio recuerdo que la primera vez que fue a Inglaterra no sabía pronunciar ni una palabra. Pensé, en cambio, en mis clases de inglés en la escuela de Oxford y en cómo había aprendido italiano en la EOI. Eran clases comunicativas, eso lo descubriría más tarde, pero pensé que ése era el método que podía funcionar y que yo quería seguir. Durante esas clases recuerdo que me encantaba escuchar canciones, simular situaciones con mis compañeros o hacer juegos. Odiaba, en cambio, la manera en que me habían intentado enseñar inglés en el instituto: leyendo –con una pronunciación horrible, por el miedo a las risas de los compañeros si se simulaba el acento– y haciendo ejercicios de gramática sin parar y sin reflexionar lo más mínimo sobre lo que hacía. Así que tomé como ejemplo, simplemente por intuición, aquello que yo consideré más adecuado, descubriendo, poco después, que no me equivocaba.

Creo que uno de mis puntos fuertes como profesora es lo autocrítica que puedo llegar a ser conmigo misma. Soy muy perfeccionista y me gusta hacer las cosas bien. Siempre intento preparar detenidamente mis clases. Aunque haga improvisación teatral jamás he improvisado una lección (algunos compañeros se han reído alguna vez de mí por estar preparándome una clase de A1 dos horas antes del comienzo de la misma, pero como yo digo, “Quien ríe el último, ríe mejor”). Si algo falla le doy mil vueltas a la cabeza para mejorarlo o no incurrir en el mismo error la vez siguiente. Evidentemente soy consciente de que hay actividades que con unos grupos funcionan y con otros no, pero de todos modos intento reflexionar sobre qué ha podido ir mal.
Otro punto fuerte es que normalmente logro crear un buen ambiente en el aula. Soy bastante bromista, siempre con quien me lo puedo permitir. Generalmente mis alumnos llegan al curso después de un duro día de trabajo y quieren aprender español pero también hacerlo divirtiéndose. Uno de los mejores piropos que he recibido es que la clase de español es lo mejor del día o el momento de relax. No porque estén de brazos cruzados, sino porque generalmente las risas no faltan mientras se aprende. Y reconozco que me pasa exactamente lo mismo, incluso en los días malos, después de clase siempre me invade una sensación de alegría.

¿Puntos débiles? ¡¡Uff!! Muchísimos. Por suerte creo que siempre aprendo algo nuevo y nunca dejaré de hacerlo.
Quizá lo que más me preocupa es que en ocasiones no sé muy bien cómo calcular el tiempo que debo emplear para una determinada tarea y, a veces, creo que he invertido demasiado, con lo cual no ha sido rentable la realización de la misma.
Por otro lado, a veces pienso que soy demasiado condescendiente... suelo ser muy bondadosa a la hora de poner las notas. Aunque quizá esto se deba al hecho de que también soy muy exigente. Soy una fiel admiradora de la evaluación continua (me parece imprescindible en cualquier materia, pero sobre todo en el aprendizaje de idiomas) y soy consciente de que exijo mucho a lo largo de un curso, así que tengo en cuenta ese trabajo. En realidad no lo veo como un defecto importantísimo, pero a veces tengo miedo de no ser objetiva por haberme “encariñado” con quienes he de evaluar. En cualquier caso, la única queja de mis alumnos es la cantidad de deberes que les mando. Pero cuando se quejan, respondo sarcásticamente: “No querías sopa, pues toma dos cazos”. Al final siempre hacen incluso más de lo que pido, así que imagino que tan estricta no seré.

Mis alumnos responden, principalmente, a dos perfiles: los que aprenden en la Universidad y los que lo hacen en el Instituto Cervantes. Los primeros suelen tener entre 19 y 21 años y estudian español, en general, porque creen que les ofrecerá más oportunidades a la hora de encontrar trabajo. En general, tanto mis superiores como mis alumnos esperan que los prepare bien para pasar el examen final. Se espera que dé una buena formación, lo que a veces es una paradoja, puesto que después me encuentro con 60 alumnos principiantes en una clase de conversación de hora y media a la semana. Mis alumnos del Cervantes pueden ir desde los 16 hasta los 90 años (no los he tenido ni más jóvenes ni más mayores de esa edad). Estudian español por distintas razones, generalmente profesionales y personales. Suelen estar muy motivados y quieren aprender bien español, casi siempre, eso sí, como decía antes, divirtiéndose. Tanto ellos como mis superiores esperan de mí que sea una buena profesional. Los últimos, además, esperan que afiance a los alumnos, que se vuelvan a inscribir en el curso siguiente. Muchas veces lo hacen, con una condición, que yo sea de nuevo su profesora, pero creo que esto es algo bastante normal, independientemente, claro, de que siempre te haga feliz oírlo.

5 comentarios:

  1. De todo lo que cuentas se desprende que haces un gran trabajo. ¡Sigue así!

    ResponderEliminar
  2. La intucición, Cristina, una gran brújula que no debemos desdeñar. Me alegro de que escucharas su voz a la hora de plantearte cómo dar bien una clase; el otro punto, también bastante útil, el saber cómo no quieres que sea la clase.
    Más cosas que dices y que me gustan: la autocrítica, siempre que una-o no sea excesivamente severa-o es necesaria para la reflexión, que veo que también la llevas a cabo. Otro punto más que me encanta: el humor en clase. Chiquilla, qué modelo según lo que he leído. Ay agrí con Rubén (perdón por la broma mala de inglés macarrónico).
    Me siento muy identificado en muchos de los aspectos que tocas y que llamas puntos débiles, pero creo que el simple hecho de reconocerlos, de ver lo que se puede mejorar, indica una gran inteligencia emocional por tu parte. No dudes en seguir escribiendo tus impresiones, dudas y avances, los demás vamos a aprender mucho de todas tus experiencias y de las de los otros blogs que tenemos por leer y comentar.
    Gracias.

    ResponderEliminar
  3. Tu reflexión sobre las diferencias entre alumnos del secundario de diferentes generaciones también me sucedió a mí. Lo que sentí con respecto a la enseñanza de lengua y literatura en secundaria es que se manejaban con programas obsoletos en los que la innovación y el cambio no eran bien recibidos. En cambio, en el campo de la enseñanza de ele la renovación es palpable. El otro día estaba escuchando a creo que Fran Herrera en L de Lengua y hablaba de los cambios en el campo que se han dado en solo 20 años y doy fe de que han sido así.

    ResponderEliminar
  4. Exacto, Cristina. Desgraciadamente, yo también tuve que enseñar a adolescentes que se sentían obligados a estar en clase y me sentía decepcionada por no poder transmiir en condiciones lo que quería. Sin embargo, cuando me encontré con gente que realmente estudiaba porque le gustaba, me dí cuenta de que la enseñanza es preciosa. ¡Suerte!

    ResponderEliminar
  5. Cristina, me he sentido muy identificada con algunas de las cosas que cuentas. Cuentas con dos cosas muy importantes para el desarrollo profesional: ganas de hacerlo bien y decisión. Enhorabuena.

    ResponderEliminar