jueves, 26 de mayo de 2011

Reflexión 3. Planificación del proceso II

Creo que, para mí, lo más interesante de esta unidad ha sido recordar la importancia que tiene la planificación, no ya de un curso, sino de cada una de las clases. Podría ir más allá, la planificación de cada una de las tareas que deberán realizar mis alumnos.

Ha sido muy importante recordar que, mientras planifico la clase y estoy pensando en las actividades que he de llevar a cabo, no he de perder de vista al grupo con el que voy a trabajar. Así, me parece importantísimo tener en cuenta los intereses y necesidades de mis alumnos en este proceso.

Generalmente, intento no olvidar esto a la hora de preparar mis clases, proponiendo actividades que, creo, podrán ser de interés o adaptando las que aparecen en el manual que se usa en la clase.

En cualquier caso, creo que una de las cosas más interesantes de la unidad ha sido el hecho de que me ha llevado a prestar más atención no ya sólo a la reflexión previa de los contenidos y objetivos que se deben alcanzar cuando se realiza una tarea, sino a la suma importancia que tiene prever los conocimientos que ya posee el alumno y que seguramente deberá reciclar o reforzar en la tarea que realiza. En ocasiones nos centramos tanto en aquello que se debe presentar y en trabajar con los nuevos contenidos, que se nos olvida que igual de importante es el trabajo que hay que realizar para reforzar los contenidos ya presentados anteriormente a la par que se trabajan los nuevos.

Creo que esto, sin duda, ha sido uno de los mayores aportes que he encontrado a lo largo de la unidad y a partir de ahora intentaré prestar más atención a la hora de planificar las clases.

lunes, 16 de mayo de 2011

El MCER y las tareas en mi contexto de trabajo

El MCER ocupa un lugar muy importante, así como el PCIC, en mi lugar de trabajo, un Instituto Cervantes.

Los cursos que se imparten en el centro responden a la clasificación establecida para los distintos niveles del MCER. El currículo de centro tiene en cuenta tanto los descriptores que aparecen a lo largo de cada uno de los puntos del Marco como la serie de inventarios que aporta el PCIC y que pueden ayudar a determinar los distintos contenidos más apropiados para cada nivel. Igualmente, tener presente las competencias que un usuario de la lengua debe poseer para cada uno de los niveles, permite realizar una evaluación más apropiada del proceso de aprendizaje y del nivel de lengua de los alumnos.

Asimismo, en un mes como el actual, en el que se realizan los exámenes de DELE, los distintos descriptores del MCER para cada nivel se convierten, prácticamente, en la Biblia de todos los que trabajamos en el centro, puesto que debemos tenerlos bien presentes (y bien claros) a la hora de evaluar, en nuestro caso, la expresión oral de los candidatos.

Por otro lado, en mi centro también se fomenta la enseñanza mediante tareas, facilitando la actualización de los profesores sobre esta nueva metodología a través de distintos cursos y también mediante la elección de los manuales de uso en el aula. Así, por ejemplo, en los últimos años se ha establecido como libro para la clase Aula internacional 1, 2, 3 y 4, tras haber empleado durante bastante tiempo el manual Gente, basado en el método comunicativo.

En un principio, quizá sobre todo por el esfuerzo que supone adaptarse a un nuevo manual, muchos de mis compañeros se mostraron reticentes, pero ahora la verdad es que todos estamos muy contentos y satisfechos con los nuevos materiales.

En esta unidad he podido repasar conceptos que ya había visto a lo largo de mis estudios de Máster y en mi trabajo diario. Asimismo, he podido reflexionar, nuevamente, sobre la metodología que empleo en el aula y la importancia de establecer una serie de tareas que realizar en la clase, y que deberían responder a las necesidades e intereses de los alumnos, así como los objetivos y contenidos que hay que alcanzar para llevarlas a cabo.

sábado, 14 de mayo de 2011

MI PUNTO DE PARTIDA

En el año 2000 comencé la carrera de Filología Hispánica con la firme decisión de convertirme en profesora de lengua y literatura en secundaria. Al terminar la carrera hice el curso de CAP y me inscribí en una academia para preparar las oposiciones. No veía la hora de cumplir mi sueño: ser profesora.

Por desgracia (o por suerte, si miro hacia atrás desde la actualidad), tanto las prácticas en mi antiguo instituto como el ambiente que se respiraba en la academia me hicieron reflexionar sobre mi decisión.

Durante las prácticas me llevé una gran decepción: no veía a ninguno de los entonces actuales alumnos del instituto aprendiéndose la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández con 15 años, como había hecho yo en su día, embelesada por aquellas maravillosas palabras. A aquellos jóvenes y a mí nos separaban casi 10 años de distancia, que a mí me parecían miles de años luz. Me preguntaba cómo se podía cambiar tanto de una generación a otra.

Por otro lado, en la academia me di cuenta de que la competición, concebida en su lado negativo, no estaba hecha para mí. Siempre me ha gustado estudiar, intentar hacer bien lo que me propongo y por qué no, reconozco que tengo ese punto de “envidia sana” por el que me comparo con determinadas personas que considero un buen modelo a seguir para lograr ser como ellas. Sin embargo, de ahí a tener que demostrar que soy la mejor y que lo sé todo hay para mí un abismo. Por esto, aunque al final me presenté para saber cómo eran unas “opos” (pasé incluso el examen escrito, cinco años de carrera no son en balde), decidí replantearme lo que quería de y en mi vida. Y por este motivo terminé siendo lo que ahora soy: profesora de ELE.
Decidí que me gustaría llevar a cabo una experiencia en el extranjero (puesto que me pesaba no haber hecho el Erasmus). Así que en 2005 me dediqué a pedir todas las becas habidas y por haber a las que podía acceder: Ayudante Comenius y Auxiliares de conversación.

En 2006 llegué a Milán como auxiliar del MEC en un instituto de formación profesional. He de reconocer que la experiencia no fue superpositiva. Las profesoras con las que trabajaba no estaban demasiado preparadas (algo que caracteriza la enseñanza de idiomas en Italia, donde “reciclan” a personas que han trabajado toda su vida como profesores de inglés, por ejemplo, para que cubran la demanda creciente de profesores de español); los alumnos no tenían ningunas ganas de aprender el idioma, pues en la mayoría de los casos lo habían escogido simplemente porque les parecía más fácil que otros como el francés o el alemán. Además, debo ser realista, yo no tenía ni idea de cómo se daba una clase de ELE: ni me había formado explícitamente para ello ni tenía experiencia alguna.

En noviembre de 2006 empecé a colaborar en el Instituto Cervantes de Milán. En italiano se llama a lo que me sucedió “botta di culo”, es decir que tuve mucha “coña”. Estaba en el momento y en el lugar adecuados. Aquí cambió todo: a través de distintos cursos comencé a prepararme, además de poder trabajar con gente que sí quería aprender. Y me di cuenta de que me encantaba mi trabajo.

Nunca me había planteado enseñar español a extranjeros y, sin embargo, descubrí una salida profesional que me fascinaba. En octubre de 2008 me inscribí en un máster on-line de Enseñanza de ELE en la Universidad de Jaén, que terminé hace poco.

Si me pongo a pensar en cómo eran mis clases y cómo son ahora, estoy muy contenta de poder decir que he mejorado mucho (¡menos mal!)... y lo que me queda aún.
Lo único que sabía, la primera vez que me enfrenté a una clase de ELE, era cómo no quería que fuera ésta. Yo no iba a enseñar español como me habían enseñado inglés, pues después de 9 años de estudio recuerdo que la primera vez que fue a Inglaterra no sabía pronunciar ni una palabra. Pensé, en cambio, en mis clases de inglés en la escuela de Oxford y en cómo había aprendido italiano en la EOI. Eran clases comunicativas, eso lo descubriría más tarde, pero pensé que ése era el método que podía funcionar y que yo quería seguir. Durante esas clases recuerdo que me encantaba escuchar canciones, simular situaciones con mis compañeros o hacer juegos. Odiaba, en cambio, la manera en que me habían intentado enseñar inglés en el instituto: leyendo –con una pronunciación horrible, por el miedo a las risas de los compañeros si se simulaba el acento– y haciendo ejercicios de gramática sin parar y sin reflexionar lo más mínimo sobre lo que hacía. Así que tomé como ejemplo, simplemente por intuición, aquello que yo consideré más adecuado, descubriendo, poco después, que no me equivocaba.

Creo que uno de mis puntos fuertes como profesora es lo autocrítica que puedo llegar a ser conmigo misma. Soy muy perfeccionista y me gusta hacer las cosas bien. Siempre intento preparar detenidamente mis clases. Aunque haga improvisación teatral jamás he improvisado una lección (algunos compañeros se han reído alguna vez de mí por estar preparándome una clase de A1 dos horas antes del comienzo de la misma, pero como yo digo, “Quien ríe el último, ríe mejor”). Si algo falla le doy mil vueltas a la cabeza para mejorarlo o no incurrir en el mismo error la vez siguiente. Evidentemente soy consciente de que hay actividades que con unos grupos funcionan y con otros no, pero de todos modos intento reflexionar sobre qué ha podido ir mal.
Otro punto fuerte es que normalmente logro crear un buen ambiente en el aula. Soy bastante bromista, siempre con quien me lo puedo permitir. Generalmente mis alumnos llegan al curso después de un duro día de trabajo y quieren aprender español pero también hacerlo divirtiéndose. Uno de los mejores piropos que he recibido es que la clase de español es lo mejor del día o el momento de relax. No porque estén de brazos cruzados, sino porque generalmente las risas no faltan mientras se aprende. Y reconozco que me pasa exactamente lo mismo, incluso en los días malos, después de clase siempre me invade una sensación de alegría.

¿Puntos débiles? ¡¡Uff!! Muchísimos. Por suerte creo que siempre aprendo algo nuevo y nunca dejaré de hacerlo.
Quizá lo que más me preocupa es que en ocasiones no sé muy bien cómo calcular el tiempo que debo emplear para una determinada tarea y, a veces, creo que he invertido demasiado, con lo cual no ha sido rentable la realización de la misma.
Por otro lado, a veces pienso que soy demasiado condescendiente... suelo ser muy bondadosa a la hora de poner las notas. Aunque quizá esto se deba al hecho de que también soy muy exigente. Soy una fiel admiradora de la evaluación continua (me parece imprescindible en cualquier materia, pero sobre todo en el aprendizaje de idiomas) y soy consciente de que exijo mucho a lo largo de un curso, así que tengo en cuenta ese trabajo. En realidad no lo veo como un defecto importantísimo, pero a veces tengo miedo de no ser objetiva por haberme “encariñado” con quienes he de evaluar. En cualquier caso, la única queja de mis alumnos es la cantidad de deberes que les mando. Pero cuando se quejan, respondo sarcásticamente: “No querías sopa, pues toma dos cazos”. Al final siempre hacen incluso más de lo que pido, así que imagino que tan estricta no seré.

Mis alumnos responden, principalmente, a dos perfiles: los que aprenden en la Universidad y los que lo hacen en el Instituto Cervantes. Los primeros suelen tener entre 19 y 21 años y estudian español, en general, porque creen que les ofrecerá más oportunidades a la hora de encontrar trabajo. En general, tanto mis superiores como mis alumnos esperan que los prepare bien para pasar el examen final. Se espera que dé una buena formación, lo que a veces es una paradoja, puesto que después me encuentro con 60 alumnos principiantes en una clase de conversación de hora y media a la semana. Mis alumnos del Cervantes pueden ir desde los 16 hasta los 90 años (no los he tenido ni más jóvenes ni más mayores de esa edad). Estudian español por distintas razones, generalmente profesionales y personales. Suelen estar muy motivados y quieren aprender bien español, casi siempre, eso sí, como decía antes, divirtiéndose. Tanto ellos como mis superiores esperan de mí que sea una buena profesional. Los últimos, además, esperan que afiance a los alumnos, que se vuelvan a inscribir en el curso siguiente. Muchas veces lo hacen, con una condición, que yo sea de nuevo su profesora, pero creo que esto es algo bastante normal, independientemente, claro, de que siempre te haga feliz oírlo.